Flor Álvarez escribió un libro
que se llama Resonancia Magnética. Lo publicaron ayer online, es un poemario
breve con muchos ruidos. Con muchos artilugios del futuro: como tweets instantáneos
desde la corteza cerebral. Lo leí una sola vez, no puedo leer mucho. Me marea,
es probable que cuando termine de tipear estas líneas tenga que dormir durante
cinco horas solamente para sopesar en cansancio. No estoy exagerando, yo mismo
fui introducido en un resonador el miércoles pasado. Una serie de mareos me llevaron
a vomitar cuatro veces en la oficina, de repente estaba con un suero en una
clínica. Unas horas después me metían adentro del aparato ruidoso. La neuróloga
me dijo que llamar al anestesista era un lio, me preguntó si me la bancaba y yo
le dije que por supuesto. Así que respiré hondo y ahí me metieron. La máscara
que te ponen tiene una pantallita que te muestra la puerta. Aunque vos estás
acostado podés ver entrar y salir a la gente. Se trata de un dispositivo contra
la claustrofobia. La poeta tiene una visión diferente. La poeta se mete en su cabeza
y escucha los ruidos, la música electrónica, se acuerda de sus amigos: le
parece que está buenísimo. Desde que se descubrió en los años ochenta, se
publican entre cinco y ocho artículos por día referidos a la Resonancia
Magnética Funcional en revistas científicas internacionales (Le Monde
Diplomatique, Noviembre 2014: p.36). No es mi objetivo ponerme socarrón, no es
mi objetivo ponerme cursi y demostrativo, pero quiero decir algo: me gustaría
leer más poemarios, más historias acerca de lo que le pasa a una persona ahí
adentro. ¿Qué nos pasa ahí adentro? En ese tubo.